Éramos vos y yo, uno solo. Uno solo que decidía y uno solo
que hacía. Los domingos íbamos a pasear o muy a pesar mío a la cancha. Me
acuerdo de los domingos monótonos en la cancha de River o en la mima
Bombonera, cómo gritabas tu entusiasmo y yo para no quedar mal te hacía el eco.
Porque a mí nunca me gustó el futbol, ni de pibe; prefería
jugar a las figuritas, al poli-ladrón, a jorobar a cualquiera, vender diarios,
pero muy en último caso a jugar al futbol.
En cambio a vos te apasionaba, ya de chico me habías pedido
que te hiciera socio de Boca. Y yo con tal de darte todos los gustos hasta la
camiseta azul-oro te compré.
Ya tenías 8 años y te hacías el pituco con tus compañeros.
Me acuerdo que cuando ganó las elecciones el General quisiste que te llevara a
la Plaza de Mayo con la camiseta y todo.
Después el tiempo pasó.
Y te empezaste a avergonzar de tener un padre sastre. Ya
eras bachiller y afilabas con la Patricia que se creía que eras el hijo de los
de la peletería. El despiole se armó cuando yo me encontré con la Patricia y le
dije: “Que te parece mi hijo?!” Casi me matás, me dijiste que encima de sastre
era un ignorante y por primera vez me reprochaste la ausencia de tu madre.
La Patricia te retiró hasta el saludo y de bronca te metiste
a estudiar derecho.
Cada día te veía menos, hasta dormías en la facultad y yo me
consolaba recordándote con tu camiseta de boca gritando los goles.
Cuando te casaste con la Daniela, me sentí más viejo, más
abatido y recién ahi me di cuanta , que mi pibe de camiseta azúl-oro, se me había
ido de las manos.
Al principio venías cada dos semanas a verme, después
pasaron meses y cuando me enteré que tenía un nieto hacía dos años que no te
veía.
Por eso estar en esta casa leyendo incansablemente la
noticia del accidente, tu muerte y la de Daniela me parece increíble,
insoportable, injusto.
Pero no te preocupes hijo querido a Pablito le queda bien tu
camiseta.
©
Marcela C. Hourmilougué - ene 1973
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