UNA HISTORIA
No sé cuándo exactamente comienza mi historia, porque no sé
si fue mucho antes o mucho después o quizás en ese momento. Porque “mi
historia” no tiene fecha de nacimiento.
Sin embargo recuerdo que una tarde de verano me había
sentado en el patio a tejer una bolsa; que posiblemente no haya terminado
nunca.
El escaso viento llegaba a mí, como una ráfaga de fuego y
agradecí que quedara al menos un poco de sombra, que daba al patio el sabor del
veraneo jamás realizado. Esa sombra que bajaba perpendicularmente de la parra
cargada de uvas, inmensas y dulces uvas.
Creo que había dejado de tejer, cuando me puse a mirar
fijamente un increíble racimo de bolas cristalinas, verdemente cristalinas. Y
empecé a sentir como si todo se agrandara, el patio, mi silla, pero
especialmente las uvas, los enrulados sarmientos, las hojas, toda la parra.
Pensé entonces, en cuanto quería papá esa parra. Era tan
chica yo cuando la plantó y sin embargo me acuerdo, su entusiasmo, su cuidado
diario. Y ahora estaba tan grande, tan hermosamente florida.
El racimo seguía creciendo ante mi vista, entonces fue
cuando la vi casi saltando desde un sarmiento, envolviendo una a una las bolas
de cristal, tan repugnantemente una oruga verde.
Todo seguía creciendo, las uvas, las hojas, la oruga; me
sentí tan desesperadamente estática, impotente, indefensa. Ante la inmunda
oruga en la parra de papá; en la alegría de papá, en las ilusiones mil de
veranos tras veranos con sus intocables uvas.
Y de pronto otra oruga y otra; y los racimos, los
sarmientos, las hojas, y fueron miles de orugas; creciendo vertiginosamente
ante mi vista, ellas ahí creciendo, baboseando las uvas, y yo aquí inmóvil solo
mirándolas, dejándolas hacer.
Por eso no sé cuándo exactamente comienza mi historia, si
mucho antes o muchos después o en ese momentos quizás. Porque mi historia no
tienen fecha de nacimiento.
Solo sé que estoy en la piel de una uva y que las orugas me
lamen asquerosamente las manos, el pecho, la cara …